miércoles, 21 de marzo de 2012

El bono de cero pesos

Después de esperar un ratito sentada en una de las tantas sillas de la recepción, veo que un hombre de camisa abultada por los músculos me nombra. Lo sigo por un pasillo con puertas a los costados hasta que abre una y, sin entrar, me habla. Habla muy rápido, sin pausas.
El consultorio es un espacio muy chico, sin ventanas, con dos sillas y una mesa que tiene un velador y unos papeles encima. El lugar no tiene mucha luz y el velador le da un aspecto de habitación de hotel.
Me pregunta por qué voy, si vivo sola, si salgo con alguien, de qué trabajo.
Es un tipo al parecer antipático por naturaleza, pero una vez que le digo que trabajo en un bar de tragos como camarera a la noche... todo mal. Me trata con desprecio, es insolente y sobrador.
Creo que por eso le digo que no llevé nada con qué pagar un bono del que me habla, por lo que termina muy irritado diciéndome que saque un bono de cero pesos. Me lo dice al menos cinco veces, parece querer hacerme sentir mal.
Finalmente soy admitida para comenzar con el tratamiento.
Cuando salgo del consultorio camino por el pasillo confundida. Estoy triste y enojada. Decepcionada. En el mostrador me hacen esperar. Cuando me atienden veo que no les resulta muy simpático lo del bono de cero pesos. Mientras lo imprimen escucho como Néstor llama al siguiente paciente por su apellido.

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