lunes, 14 de enero de 2013

En la obligación de divertirse

Llego con el tiempo justo y decido pasar por alto el pago del bono. Camino hasta la puerta del consultorio y golpeo. Espero y ella abre la puerta.
–Hola… –digo, y me hace un gesto de que espere un poquito–. Ah, sí.
Me asomo al consultorio que hay en frente y es exactamente igual al otro: una mesa, dos sillas, un velador.
Pasa un hombre con una escalera, un obrero. Al rato vuelve a pasar y se mete en el consultorio que acabo de espiar, lo recorre con la mirada y vuelve a salir.
Espero.
–Cuidate, sino me llamás –le dice D. a una señora mietras sale.

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