lunes, 10 de diciembre de 2012

El huevo podrido

Camino lento, llego, espero delante de la ventanilla a que me den el bono, pago, me siento y pienso en que hoy no tengo muchas ganas de hablar. Las sillas están en U y no hay mucha gente, se puede escuchar el ruido que viene de la calle. También se puede mirar la calle por la puerta de vidrio, llueve, está horrible.
En uno de los pasillos hablan pero no se escucha bien lo que dicen, a mi izquierda hay una señora con un paraguas y las piernas cruzadas esforzándose por leer un mensaje en su celular. De vez en cuando busca algo en su cartera, niega con la cabeza chasqueando la lengua y vuelve a intentar leer.
Veo cómo viene desde la puerta 14 D. Está apurada, camina rápido y se abalanza en la sala de espera sin verme.
–¡Hola! –le digo desde mi silla, interrumpiéndola.
–¡Ay! –se sobresalta–. Te veía y no te veía en realidad –me levanto y nos damos un beso–. Hola Clara, ¿cómo estás? ¿Qué tal?
–Esta vez llegué temprano –digo, por decir algo mientras caminamos por el pasillo.
–No, yo fui a llamar por teléfono porque estoy sin celular.
–Ah…
Mientras abre la puerta, me deja pasar y vuelve a cerrarla con mucho ruido, me habla sin que pueda escucharla muy bien.

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