lunes, 12 de noviembre de 2012

La puesta en escena

Mientras camino por el pasillo la veo asomarse por la puerta y mirar hacia los dos lados, cuando me ve me sonríe y me mira llegar. Una vez adentro del consultorio se muestra muy simpática, me pregunta muchas veces cómo estoy, qué estuve pensando.
Empiezo a hablar de mi papá, de que estuve acordándome de la vez que me llamó para preguntarme por mi hermana, pero ella no deja de mirar los papeles que tiene sobre el escritorio. Si bien me hace gestos de que está interesada y por momentos dice que sí, el que de vuelta las hojas me desconcentra y dejo de hablar hasta que vuelve a mirarme.
Retomamos el tema de mi papá, de que en realidad ese fue el único llamado que él me hizo, que antes en mi adolescencia intenté saber algo de él pero no llegué muy lejos, solo que se había ido a la casa de su madre, tal como decía mi mamá.
Después hablamos del viajecito donde vi a mi familia, que al parecer era para ver qué podía rescatar mi mamá de lo que él pudiera haber dejado. Sinceramente mucho interés al respecto no tuve, firmé algunos papeles que ni supe qué eran, pero D. insiste con que me informe sobre esa posible herencia, que mal no me vendría, a lo que respondo que si hay algo me enteraré, que no hace falta que haga nada.
Esto es porque no quiero volver al jueguito familiar en donde yo solo sirvo de depósito de quejas de mi madre, con lo que alivio el malestar de mi hermana: si estoy yo ella puede usar a mi mamá tranquila porque después, a la hora de las quejas, está mi oído; pero si mi oído no está, ella tiene que soportar los llantos y molestias porque no puede prescindir de la ayuda de mi madre. Mi conclusión es que prefiero desaparecer a tener que quedarme en ese lugar en el que me ponen por una posible y probablemente inexistente herencia.
Después hablamos de que mi antiguo y no se sabe si superado rol de fantasma en la familia se trasladó a mi vida actual, donde se me ve sin saber si estoy.
Finalmente llegamos a la muerte de mi papá, con la que la esperanza de la posibilidad de tener un padre desaparece. Nunca dudé de la imposibilidad de tener una relación con él, pero existía una especie de consuelo en que, mientras él existiese, también existía la posibilidad de algo, lo que fuera.

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